¡Hola amigos! Hoy quisiera contaros cómo surgió mi primer
libro, Tierra Prometida,
de Zolova del Ande. Pues, después de vivir 14 años fuera
de
Suecia, primero en Francia, donde estudié ballet clásico en
la ópera de Marsella,
y luego trabajando como bailerina en RTV, Radio y
Televisión Española, regresé
a Suecia para estudiar a la Escuela Escandinava de
Fotografía Documental.
Por aquel entonces en estocolmo se veían a menudo las iglas BSS,
pintadas en las paredes,
representando Berbora, Sverje, Svenskt, mantén Sueca a Suecia.
Y en la televisión, a la hora de
hablar sobre la política sueca de refugiados, lo solían
ilustrar con un dibujo de sombras oscuras
sin rostros de un fondo azul amarillo. Pero, ¿quiénes eran
esas personas? ¿Y cómo vivían los
niños su nueva existencia con la amenaza diaria de que la policía
en cualquier momento podía
hacer para deportar a la familia? ¿Qué significó haber
sido obligado a dejar a los familiares,
los amigos y la lengua de uno para venir a un país de un clima
crudo, un idioma
incomprensible y donde le llamaban cabeza negra? Preguntas
que requerían respuestas.
Por eso, solicité trabajo como intérprete de habla hispana en
centros de asilo de inmigraciones,
un mundo desconocido para muchos huecos. Recuerdo de que si
llegaba un periodista se le remetió
al responsable del centro para que luego la persona regresara a
la redacción para
escribir sobre una vida que no tenía ni idea. El 19 de junio de
1990, Suecia ratificó la convención
de las Naciones Unidas sobre los derechos del niño. ¿Qué les
estamos haciendo a los más
pequeños, los adultos del mañana?
El agua de la jarra del compartimento chapotea cuando
el tren se detiene. Hemos llegado, los pasajeros bajan al
andén, el calor de julio nos envuelve,
voces de niños y rostros sonrientes, alguien es esperado,
ha llegado a casa, se cierran las
puertas del coche y en pocos minutos la estación de tren
queda vacía, solo se escucha el canto
de los pájaros. Un gato cruza perezosamente la calle se estira
y salta una cerca. Los tulipanes
permanecen mudos en sus parterres y el altavoz en la
plaza pregunta ¿Qué sería la vida sin pan
crujiente? Así que vas al centro de refugiados, al gueto, dice el
taxista mientras tamborilea en
el volante. Pasamos junto a jardines bien cuidados, la
bandera ondea en lo alto,
azul y amarillo ondean aquí. No se vea nadie, bicicletas y
juguetes están
esparcidos en los céspedes. El coche gira a la derecha, un
cartel dice Gran Begen, edificios de
apartamentos amarillos como cualquiera y sin embargo tan
diferentes. Miro hacia las ventanas,
las cortinas están corridas, en una de ellas hay un geranio
marchito y en el arenero se
sienta una niña de cinco años completamente inmóvil,
impasible, abraza un oso de peluche
blanco mucho más grande que ella. El viaje a través de la
silo suecia ha comenzado un país
marcado por el miedo, la desesperación y la angustia,
pero también por la fuerza y la
dignidad de aquellos que han sido enviados allí. Un viaje a
través de países y culturas y a los
puestos fronterizos más lejanos de mi propio país, entre
aquellos que aún no son, que aún
no están. Hay que esperar una respuesta, tal vez llegue mañana
en un mes o en un año, nadie lo sabe
y los niños que siempre están ahí miran, escuchan y observan
pequeños adultos en cuerpos delgados
y vigilantes, aquellos que lo han perdido todo, su hogar, el
barrio donde vivían, la escuela,
sus abuelos y amigos, los olores, la seguridad, la vida
cotidiana, todo ha cambiado, también su madre
y su padre, todo un nuevo país y un idioma desconocido, cabeza
negra y forastero, no saber si podrán
quedarse, no saber si vendrá la policía, quizás mañana, quizás
esta noche se llevarán a papá y
deben ir a la escuela, deben aprender sueco, ¿por qué? Mi
primera navidad en Suecia,
vivimos en un albergue, están nevando y miro por la ventana,
los niños suecos juegan a la pelota,
por un momento me imagino que son mis compañeros de juegos en
Chile, pero no lo son, pienso en mi
familia y parientes tan lejos de Suecia, ¿qué estarán haciendo
ahora?
El tiempo parece haberse detenido, es un día largo, un
día Felipe estaba en su cama
llorando, con la cara vuelta hacia la pared, todo su pequeño
cuerpo de seis años temblaba,
pero Felipe dijo su mamá, ¿por qué lloras? Al principio no
quiso responder, luego se dio
la vuelta y la miró, ¿por qué nunca me preguntaron si quería
ir con ustedes? La oración de Felipe
en la mesa, gracias, buen dios, por la comida, cuida de la
abuela y de los niños pobres,
por favor buen dios, concedele el permiso de residencia a mi
papá, Felipe, cuatro años deportado,
cada mañana cuando me despierto mi hija se esconde en el armario
con sus ositos de peluche,
tiene miedo de que la policía venga a buscarnos, Dayam tiene
ocho años, la madre de Dayam fue deportada.