Hola qué tal soy Danny y esto es el podcast secreto. Antes de
nada darte las gracias por
escucharme, por la suscripción al podcast y porque en general
me he quedado bastante sorprendido
por la cogida de este podcast. Yo solo espero estar a la
altura. Ya digo, aquí encontrarás
el contenido más personal, un poco cajón desastre y cajón
desastre todo junto de
mis incursiones sonoras. Pero antes de seguir con el capítulo
de hoy, que hoy vamos
a tener un relato. Quiero que quiero llamar a Bit. ¿Estás ahí?
Sí, estoy aquí. Siempre estoy aquí. Mientras este podcast
tenga descargas, yo estaré aquí.
Ok, muy bien, muy bien. Oye, a ver. Sí, dime.
Escuché el capítulo de presentación y me hacaqué este
el capítulo, ¿eh?
Uy, lo siento. Pero ¿quién hace un podcast para que nadie lo
escuche?
Ya, pero este podcast es muy íntimo, muy personal y estoy
seguro que habrá capítulos donde la
gente incluso se sienta incómoda o incluso se sorprende un poco
de lo que hago.
Pues de eso se trata. ¿Estás haciendo un podcast desde el
corazón y qué mejor que eso?
¿No te pones a leer la Wikipedia como otros? No, no, bueno, eso
principalmente no, aunque
de vez en cuando la consulto. Además, si acabas de decir que
te has sorprendido la cogida
Pues sí, tiene razón. No sé, quizás alguien dirá, oh, mira,
otro haciendo vocecitas en el podcast.
Quierían lo que quieran, pero tú ponías vocecitas en los podcasts
ya sobre el 2005.
Lo que pasa es que, claro, se te subió la responsabilidad en la
cabeza y dejaste de experimentar.
Te vendiste al mercado como una puta. Bueno, a ver, no
exactamente, pero
en algo tienes razón. Pero por eso existe este podcast. Quiero
redimirme y hacer algo más auténtico
sobre las vocecitas. Pues sí, tienes razón. Tenía antes en
Timetu un colaborador que se llamaba,
ahora no recuerdo cómo se llamaba. No sé qué de los
podcasts.
¡Vendrón de los podcasts! ¡Anda, si está aquí!
Siempre he estado aquí, pero nunca me has invitado a salir.
Bueno, tampoco es que fuera necesario, pero oye, bienvenido
de vuelta.
Gracias, gracias. Bueno, mis alteregos, ¿empezamos el
capítulo de hoy?
Sí, sí, venga, venga.
Alguien, alante, alante, que estoy esperando.
En el capítulo de hoy te voy a leer un relato que se titula El
Organista Improvizado.
Si has visto encuentros en la tercera fase, que lo entenderás
mejor.
Así que, primero, si no has visto la película, mírala
primero y luego te vienes para acá
y escuchas ese podcast.
¡Oy, qué bonito! Si nos vas a contar un cuento como si nos
fuéramos a ir a dormir.
¡Ay, sí, sí, esto me gustó!
¡Ay, qué bonito!
Bueno, también depende de la hora que tú escuches eso.
Si tú escuchas para dormir, pues bueno, perfecto.
Y si no, pues también hay que disfrutar del contenido a cada
momento.
Bueno, ¿empezamos?
Sí, sí, empieza, empieza.
Pues aquí va El Organista Improvizado.
Papá, papá, ¿por qué no nos cuentas cómo empezó todo?
Dijo Marían a su padre mientras peinaba una muñeca de plástico
a la que le faltaba la pierna derecha y el brazo izquierdo.
Pero hija mía, si ya te habré contado esa historia miles de
veces,
protestó Jonas su padre mientras leía un libro sentado en un
viejo
y destartalado sofá.
Pero, papá, pero si sabe la historia mejor que nadie,
¿qué sentido tiene?
Existió.
Es que si no lo cuentas, este relato se va a terminar aquí.
Dijo suplicando con el tono de voz con el que sonsacaba a su
padre
todos sus caprichos.
Bueno, cierto es, Jonas dejó el libro en una improvisada mesilla
hecha con un vidón de gasolina y miró a su hija con ojos tiernos.
Todo empezó no hace mucho.
Tu papá trabajaba de fontanero, pero no era un fontanero común,
sino que trabajaba en grandes edificios con mucha gente
viviendo
y trabajando en ellos.
Una vez me pidieron hacer una instalación muy lejos aquí,
en un lugar dentro de una montaña.
Había mucha, mucha gente ahí.
Todos andaban muy atareados y tu papá también.
¿Y cómo llegaste ahí, papá?
Me llevaron en helicóptero porque me necesitaban muy
urgentemente.
Además, me hicieron firmar un papel donde no podía contar
lo que estoy contando ahora.
Era algo muy importante y muy secreto.
Sigue, papá, sigue, dijo emocionada Medián.
Ahí estaba tu papá instalando los retretes.
¿Te acuerdas, cariño, lo que eran los retretes?
Sí, papá, te podías sentar, eran cómodos, no como ahora.
¿Cómo los añoro? dijo suspirando.
Lo siento, hijita mía, algún día, dijo mientras sacariciaba
el pelo largo ese empeinar y grasiento de su hija.
Sigue, papá, sigue, ¿y qué pasó?
Mientras tu papá estaba apretando las cañarías de golpe,
se escucharon muchos gritos.
Todos estaban muy alterados.
Algo estaba pasando ahí afuera.
Así que tu papá salió de los servicios
y vio cómo varias luces sobrevolaban por encima nuestro.
¿Qué eran, papá?
¡Alienígenas! gritó intentando asustar a su hija.
Esas luces empezaron a bailar por encima de la montaña
emitiendo sonidos parecían melodías.
¿Y qué hiciste, papá?
Esas luces te atrapaban y empecé a caminar hacia el centro
de la explanada que habían hecho en medio de la montaña.
De golpe, un señor que por su acento,
creo que era francés, me agarró del brazo
y me preguntó si era el organista.
Y claro, con la emoción dije que sí.
Pero papá, ¿tú nunca has tocado un instrumento?
Es verdad, hija, pero ¿qué iba a decir sino?
No sabía lo que hacía.
Así que ese señor me puso delante de un órgano
y me dijo que tocara lo mismo que tocaban esas luces.
Y empecé a tocar lo primero que me vino.
Después de tocar las primeras notas,
esas luces parecían que me respondían.
Así que me fui animando y animando
y empecé a tocar más y más
y esas luces parecían que les gustaba,
bailando por encima nuestro.
El señor francés me miraba con una gran chorrisa,
me agarró del brazo de nuevo y me dijo,
sigue, sigue, sigue.
Cuando llevaba apenas un minuto tocando esas teclas
y sin saber lo que hacía aparición el organista, el
músico,
me preguntó qué hacía ahí
y le dije que el señor francés me había puesto.
Se enfadó muchísimo y se fue a hablar con él.
Yo mientras tocaba los miraba.
Seguro que me iban a echar y luego pasó todo.
El músico y el francés vinieron corriendo,
gritando que dejara de tocar,
pero con el estruendo de las luces yo no los escuché
y seguí y seguí tocando hasta que me apartaron del órgano
de un empujón.
Ya era demasiado tarde.
Tu papá, estando en el suelo, miró a cielo y vio
cómo esas luces parecían enfurecidas.
Seguramente algo fue mal mientras tocaba.
Toqué quizás alguna música que no les gustó,
alguna nota que no les agradó
y es cuando empezó todo.
Empezaron a soltar rayos a toda la gente que estaba ahí.
Papá se fue corriendo como pudo
mientras la gente de su alrededor desaparecía
al ser tocados por la luz que arrojaban
esas naves alienígenas.
¿Qué suerte tuvo tu papá?
Fue de los pocos que pudo salirte en la montaña con vida.
Como pude, cogí una furgoneta
y regresé a casa mientras esas luces
provenientes del espacio iban asolando
todo lo que se encontraban.
Y aquí estamos, hija mía,
viviendo a cinco metros bajo tierra
en este búnker que tu abuelo construyó
por si nos atacaban los rusos.
Y está aquí el capítulo de hoy.
En unos días o semanas, quién sabe.
Aquí volveré contando cosicas.
Muchas gracias por el tiempo que has compartido conmigo
Hasta luego.
Hasta luego.